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Apuntes sobre la sociedad cohesionada
mayo 18, 2025

Juan Andrés Díaz, estudiante de Economía de la Universidad de los Andes.

El Especial de Educación y Cohesión Social de TREES fue producido por Angie Bautista, Gabriel Barrero, Jefferson Hernández, Juan Andrés Díaz, Julieta Espinosa, María Camila Lozano y Sergio Díaz. Este ensayo es un comentario sobre la reportería del especial.

Siempre he pensado que el esqueleto de la economía aparece en lugares cotidianos. Basta con observar un poco más de cerca para darnos cuenta de las leyes de mercado que los gobiernan. Sin embargo, dentro de la elegancia del lenguaje económico y de los modelos, hay algo que empuja preguntas sobre palabras grandes como democracia, sociedad, el bien y el mal. Y son temas como, en este caso, la educación, los que tienen esa naturaleza cotidiana y a la vez tenaz. Desde que estaba en el colegio, me inquietaba la idea de “vivir en una burbuja” y de que la educación fuera un privilegio.

Este especial de Educación y cohesión social nutrió y moldeó esa inquietud. Hicimos una reconstrucción de los que deberían ser los tres principales ejes del sistema educativo en Colombia: cobertura, calidad y cohesión. Exploramos la ausencia del último y la relación que tiene la segregación educativa con la desigualdad. Pudimos lograr esto gracias a las voces de profesores, servidores públicos, empresarios, escritores y estudiantes. Y aunque las discusiones económicas fueron protagonistas, con cada conversación entendimos que la clave del problema educativo en Colombia va más allá de las relaciones materiales de los economistas.

La existencia de la segregación educativa o, como lo llaman los editores de La quinta puerta, el apartheid educativo, está muy presente en la conciencia de los estudiantes. Es el elefante en la habitación durante la mayoría de nuestras interacciones sociales. Las observaciones de Leopoldo Fergusson, Juan Camilo Cárdenas y Mauricio García Villegas son precisas para describir nuestro comportamiento. Podemos preguntarle a cualquier estudiante de los Andes y nos hará una etnografía casual, pero bien detallada de los “grupitos” que se encuentren por ahí cerca. La decisión de nuestros padres de meternos a un colegio público o privado estableció culturas y marcos de pensamiento diferentes en los que todos nadamos. El apartheid educativo es una realidad innegable, por eso quisimos salir a retratarla. Fuimos a universidades públicas y privadas con tres carteleras. En la primera, las personas debían escribir los dos apellidos de sus mejores amigos del colegio; en la segunda, ubicaban con un sticker su colegio en un mapa de Bogotá y, en la tercera, escribían tres palabras con las que asociaban su experiencia del colegio.

Sin necesidad de escarbar, los resultados de las tres carteleras calcaron el apartheid educativo. Las respuestas de los entrevistados confirmaron la hipótesis de que hay separación y desigualdad en la recepción de un servicio y eso tiene consecuencias sociales importantes. En la primera cartelera encontramos que, a pesar de que hay muchos apellidos transversales a la población, hay un conjunto de apellidos exclusivos de los estudiantes de colegios privados. Los resultados de esta muestra parecen ser coherentes con la investigación The persistence of segregation in education: Evidence from historical elites and ethnic surnames in Colombia de Andrés Álvarez, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, y Juliana Jaramillo Echeverri, investigadora del Banco de la República.

En la segunda cartelera, apareció una clara segregación espacial entre los exalumnos de colegios públicos y privados. Finalmente, en la tercera cartelera, vimos cómo el lenguaje cambiaba al describir la experiencia escolar. Aun cuando palabras como “felicidad” o “amigos” aparecían en ambos grupos, otras como “farras” o “IB” solo estaban en el grupo de exalumnos de colegios privados. Cuando le mostramos los resultados al profesor Andrés Álvarez, no pudo evitar reír nerviosamente porque los apellidos eran muy paródicos de las élites bogotanas. Aquello capturó la conclusión de su working paper: el sistema educativo en Colombia reproduce patrones de exclusión que están arraigados en el pasado, lo que obstaculiza el papel de la educación como motor de movilidad social. El video de esta activación está en las redes sociales de TREES, vayan a verlo.

«Cuando tenemos una sociedad segregada en lo educativo, la tenemos también segregada en lo social. Es decir, no es solo que vamos a distintas escuelas, es que nunca nos vamos a casar, nunca vamos a ser amigos, nunca vamos a vivir en el mismo edificio. Nuestras trayectorias están fragmentadas», dijo María José Álvarez, profesora de Sociología de la Universidad de los Andes, sintetizando muy bien lo que encontramos con las carteleras. Al cuestionar de dónde viene esa fragmentación, Mauricio García Villegas nos contó que (para variar) se origina de un gran desacuerdo entre conservadores y liberales. Ambos partidos fallaron en establecer un sistema de educación pública, pues no aceptaban las posturas del otro acerca de quién debía ser el responsable de la educación: si el Estado o la Iglesia. 

Después de establecer esa causa fundamental, Mauricio nos habló con más detalle de la causa inmediata del problema del sistema educativo, que identifican él y sus coautores de La quinta puerta: la trampa de la debilidad de los bienes públicos. Esta consiste en que ante una baja oferta de un bien público de calidad, las personas de mayor ingreso privatizan ese bien, lo que conduce a su baja demanda y consecuentemente, una vez más, a su baja oferta.

Fue en la actividad de las carteleras cuando me di cuenta de que los bienes públicos son el esqueleto económico del problema de la educación. Las cosas se sentían diferentes dependiendo de si estábamos en territorio de bienes públicos o bienes privados. La gente empezó a conversar acerca de lo que veían en las carteleras. Recuerdo que, en una universidad privada, un estudiante vio el mapa de Bogotá y lo primero que dijo fue «Ush, ¿esa es Bogotá?», con asombro y un poco de vergüenza, como si nunca antes hubiera dimensionado la ciudad más allá de los límites que él conocía. Pienso que no es tanto su culpa, nuevamente, la segregación educativa es una realidad que parece inescapable. Y es impresionante pensar que el comentario del estudiante está indirectamente causado por una disputa republicana que se distrajo con la educación, y en cuyas consecuencias ahora vivimos absortos.

«La gente habla de que las políticas públicas en Colombia se han concentrado mucho en la cobertura, eso puede ser cierto, pero es que antes no había niños en los colegios, ¿cómo voy a arrancar a hacer calidad si no tengo a quién educar?», dijo Isabel Segovia, secretaria de Educación de Bogotá, cuando empezamos a explorar el impacto y las limitaciones de la política pública en la educación. Para evaluar políticas públicas, dice Isabel, es necesario pensar en la vida de los países. Aunque 25 o 50 años sea un tiempo largo para un ser humano, no lo es para una nación.

A partir de la Constitución del 91 y la Ley General de Educación, Colombia dio pasos enormes. A principios de los años 2000, el sistema empezó a organizarse con un despliegue de infraestructura, profesores, financiación y modelos pedagógicos. «El sistema educativo público que tenemos hoy, el que tiene las deficiencias que tiene, pero que efectivamente cuenta con instituciones educativas, con maestros, con material, con niños matriculados en los colegios y una cantidad de cosas más, existe solamente desde hace 25 años.».  

Ahora, Isabel explica que el desafío de calidad tiene una característica importante, la decisión marginal de los padres: «En la medida en que los colegios públicos no sean competitivos, una familia con recursos no va a pensar en meter a su hijo a un colegio público versus poder pagar un colegio privado y que salga con las garantías de convivencia y de calidad que se requieren para salir a enfrentar la vida.» Esto nos confirmó algo que puede parecer obvio, pero que no debemos olvidar: cobertura, calidad y cohesión están profundamente relacionadas y siempre desembocan la una en la otra.

Sobre los esfuerzos actuales de Bogotá, Isabel mencionó los tres programas que esta alcaldía está implementando: Cierre de brechas, Trayectorias educativas completas y Escuela con emociones. El primero busca mejorar la calidad, con énfasis en competencias lectoras, matemáticas y científicas. El segundo enfrenta la deserción escolar, haciendo la educación más conectada con los proyectos de vida de los estudiantes. Y el tercero crea entornos escolares seguros, abordando los problemas de convivencia que se agudizaron tras la pandemia. Esta conversación nos permitió comprender que ha habido avances significativos en cobertura y que, al lograr las condiciones óptimas de calidad, es posible que la educación dé el primer paso para cohesionar una sociedad.

La segregación educativa no está oculta. Los estudiantes saben que existe, la academia la ha estudiado y el sector público ha planteado maneras de abordarla. Entonces, ¿por qué no la erradicamos? Para la secretaria de educación del Distrito, esto es lo que pasa: «Si nosotros pensáramos en políticas de Estado y no de gobierno, tendríamos probablemente resultados de cohesión social más consistentes (…) Yo siempre he dicho que en educación todo el mundo sabe qué hay que hacer, el problema es hacerlo bien.» 

Esto que Isabel plantea es precisamente lo que los autores de La quinta puerta proponen. Mauricio García Villegas, coeditor del libro, lo explicó de esta manera: «Nosotros creemos que este es un tema tan importante, que debería dar lugar a una especie de contrato social. Un gran acuerdo, no exclusivamente político, sino un gran acuerdo social de nación, para construir un sistema de educación pública, básica, pluriclasista. Yo no he perdido la esperanza de que ese gran proyecto nacional pueda llevarse a cabo. Mientras eso no se haga, la sociedad colombiana tendrá dificultades enormes, no solamente para progresar económica y socialmente, sino para construir sociedades más amables, más tranquilas, de más consenso y más democráticas». Sobre esto, María José Álvarez explica que es difícil que a un político le interese un proyecto que tenga más de 4 años. Este gran acuerdo requeriría priorizar la educación, comprometerla con una inversión alta y promover una estrecha colaboración entre sector público y privado. 

«Una preocupación fundamental del Estado debería ser que las personas, a pesar de su nacimiento, a pesar de sus apellidos, a pesar de la clase social de la cual provienen, tengan igualdad de oportunidades para ascender socialmente. Y la educación pública es el mecanismo ideal para lograr esto. El gran problema es que en Colombia, esa educación pública no solamente no está logrando ese cometido de igualdad social, sino que está haciendo justo lo contrario, que es favorecer la reproducción de las clases sociales tal como están.» ¿Pero cómo logramos que exista tal acuerdo de políticas de Estado que priorice la educación? Este especial nos sugirió que el camino empieza con la sociedad en su conjunto demandando una educación pública, pluriclasista y de calidad. 

Para lograr esto se deben plantear los incentivos correctos. Sandra Sánchez López, historiadora y profesora de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes,  insiste en que la economía debe tomar un giro más heterodoxo para afrontar este problema. «¿Acaso el sufrimiento de los demás no es incentivo suficiente?», nos preguntó. Y debería serlo. La desigualdad es cruel, es una falta de empatía con nuestra especie; como individuos, no deberíamos soportarla y, como sociedad, tolerarla. Si nos es indiferente, sacrificamos la capacidad del ser humano para unirse y acabamos en sociedades alienadas, con muros cada vez más herméticos. Pero creo que ahí entra lo bonito de la economía clásica, que nació de la idea liberal de concebir al hombre “tal como es” y no como debería ser. Por lo que plantear esos incentivos (con un enfoque heterodoxo) es posible. Creo que la historia ha comprobado que el equilibrio competitivo es bueno, siempre y cuando no deje a tanta gente por fuera.

En ese sentido, la responsabilidad por la educación recae también sobre nuestros comportamientos. Al final, es entre todos que debemos llegar a ese gran acuerdo de nación. La segregación educativa nos inquieta e inicia conversaciones, pero los intereses políticos y sus periodos de gobierno imposibilitan cualquier solución. Hablar de educación trae consigo una nostalgia por una sociedad unida y justa. Alguien que se preocupó mucho por la pérdida de la unidad entre el ser humano fue el filósofo Friedrich Hölderlin. Él tiene una frase que resume cuál debería ser la aspiración de una sociedad y que encaja muy bien al pensar en educación: «Que, así, el hombre mantenga lo que de niño prometió.» Espero que este especial haya comunicado el creciente sentimiento de urgencia de esa promesa.


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